Rufino Tamayo, un destacado pintor mexicano, lleva consigo un retrato de México que abarca tanto su drama como su humor, y lo hace de una manera que se siente auténtica y emocional. Su mensaje es directo y conmovedor, llegando a lo más profundo de nuestra alma con una verdad que es emocionante. A diferencia de lo intelectualizante, su obra no se queda en la superficie, sino que nos hace sentir y disfrutar plenamente de su contenido. Tamayo no necesita gritar para ser escuchado; en lugar de recurrir a estridencias, trabaja con humildad y silencio, lo que lo distingue de aquellos que necesitan fanfarrias para anunciar su presencia.
El honor de colaborar como curador en la selección de esta exposición itinerante, que abarca cincuenta años de la obra de Tamayo, me ha permitido unirme al homenaje que el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey rinde a este excepcional artista. Su extraordinario talento se manifiesta en cada una de sus obras, que sirven como escenarios de silencio, nostalgia, memoria y deseo. A través de su pintura, Tamayo refleja su experiencia emocional, su psique y su visión personal del mundo, creando un universo que, paradójicamente, es privado pero al mismo tiempo reconocible, universal en su singularidad, de manera similar a Dostoievski, quien siendo profundamente ruso, logró ser uno de los autores más universales de su país.